La clase de música.
19.00. Viernes de una semana
cualquiera.
Al son de las notas de “Los
viejos gatos duermen”, Andrea, Julia y Vega, muertas de risa como siempre,
acechan (más o menos sigilosas según el día) al “aterrado” grupo de ratones que
conforman Uxía, Lucía, Mario y las dos Martinas.
Cantan cuando cantan y bailan
cuando bailan. Ríen, saltan y corren con aros, pañuelos y cascabeles mientras Leandro, el profe, anima
a tod@s, padres, niños y niñas a participar en el colorido caos que es la clase
de música.
Y es que, independientemente de
que siendo tan pequeñ@s resulte, casi siempre, prácticamente imposible que hagan
el caso que debieran, la clase y el método que Leandro defiende resultan ser la
oportunidad ideal para que, desde el juego y la diversión, gatos y ratones, patitos
y monos, perritos, ranas e incluso algún que otro tiburón, empiecen a
familiarizarse, a su aire y sin prisa, con el concepto del ritmo, del volumen y se
animen a hacer ruido, a imitar sonidos, a seguir el compás y a sorprenderse con
todo tipo de instrumentos.
La clase de música es alegría,
desorden ordenado y una ocasión inigualable para que nosotros los padres, tan
cortados al principio, terminemos gateando, pegando botes, aporreando el tambor
que no quieren nuestr@s hij@s y disfrutando intensamente de la felicidad que
transmiten.
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